miércoles, 20 de noviembre de 2013

Mirinda





Recuerdo perfectamente el sabor de la Mirinda. Eran los años en los que apenas se vendía la Fanta y Kas y Schweppes no se habían adentrado en el negocio de los refrescos con gas. En cualquier bar, pedir una naranja o pedir un limón, significaba pedir una Mirinda, un refresco con intenso sabor a naranja y un fuerte golpazo de gas sobre el paladar.

Aquellas Mirindas fueron siendo sustituidas, poco a poco, por el creciente empuje de la Fanta, la bebida refrescante con gas que Coca-Cola sacó al mercado. De este modo, el "dame una naranja" pasó a ser el "dame una fanta de naranja". Con ello, la Mirinda fue pasando al olvido hasta desaparecer no solo de las cámaras de los bares sino de sus propios carteles luminosos.

miércoles, 29 de mayo de 2013

Frigo





Los polos, en nuestra época, eran propiedad exclusiva del verano. De vez en cuando, si tus padres te veían agotado y mostraban predisposición al esplendor, te compraban un patapalo y tú te tirabas veinte minutos sorbiendo un trozo de hielo con sabor a limón deseando llegar hasta el palo porque en ocasiones encontrabas la suerte de otro polo gratis.

Pero, por aquel entonces, un polo de Miko era un poco la clase media. Estaba Royne, el más básico de los polos, pero el auténtico triunfo era un polo de Frigo. Cuando salió el Negrito, todos deseábamas mordisquear ese chocolate crocanti sobre el cucurucho. El Calipo nos enseñó a genera caldito en el cucurucho y el Frac fue el gran descubrimiento para los que amábamos el chocolate.

Así pues, el antiguo logo de Frigo, el que distinguía un buen puesto de helados de uno normal, era aquel que nos hacía correr hacia nuestros padres para solicitarles bondad y apiadamiento. Cuando tenían el día bueno y nos dejaban comprar un Twister o un Frigopié, nos podíamos sentir los niños más afortunados del mundo.

miércoles, 10 de abril de 2013

Gordi

Si hubo una película que marcó toda una generación, esa fue Los Goonies. No se trata de la mejor película de la historia y ni siquiera su trama es digna de aparecer entre las obras maestras del cine, pero nos contaba la historia de un grupo de adolescentes que se adentraban en una cueva para buscar un tesoro pirata. Aquello nos evocaba todas las aventuras que habíamos imaginado en nuestros juegos de calle en la que a veces unos hacían de bueno y casi siempre otros hacían de malos.

En aquella aventura cinematográfica, el personaje que nos ha quedado grabado con el tiempo era el del chico torpe del grupo. Gordi, como le apodaban el resto de la pandilla de Los Goonies, siempre metía la pata y siempre se metía en líos sin querer buscarlos. Tras una de sus patochadas, es atrapado por la banda de malos y sometido a un conato de tortura. Tras largar la traviata es encerrado en una sala con Slot, a quien termina convenciendo de que su familia es la reencarnación del diablo y que debe ayudarle a rescatar a Los Goonies de su trampa mortal.

 En una memorable escena en la que ambos se presentan y Sloth no para de repetir el nombre de ambos, Gordi entrega una chocolatina a Sloth y este comienza a gritar la palabra "chocolate" incontroladamente. Es el principio de una amistad y el principio del fin de los planes macabros de la familia Fratelli.

jueves, 4 de abril de 2013

Siga la línea blanca

Los que conservábamos la memoria de nuestros primeros años de televisión, recordábamos a Emilio Aragón como Milikito, el payaso que acompañaba a Gabi, Miliki y Fofito y cuya presencia era poco más que testimonial puesto que su papel era el de hacer de mudo. De aquel papel aprendió la mímica que le conduciría a idear uno de los sketches más famosos de la década de los ochenta. Cuando acabaron las funciones de Los payasos de la tele, Emilio Aragón inició su carrera en solitario y lo hizo con "Ni en vivo ni en directo", un programa de sketches donde hacía un repaso de la actualidad además de escenificar pequeñas historias cotidianas en clave de humor. Con aquel célebre "buenas noches, soy Emilio Aragón y usted no lo es", iniciaba, cada noche de lunes, su peculiar visión del mundo.

Quizá, el programa jamás hubiese pasado a la memoria colectiva con la categoría de inolvidable de no haber sido por aquel sketch suelto en el que un hombre preguntaba por un despacho en la recepción de un edificio y la recepcionista le indicaba que debía seguir la línea blanca. A medida que iban pasando los programas, el pobre hombre iba siguiendo la línea blanca cruzando ciudades, ríos y playas sin encontrar nunca el despacho donde debía gestionar su diligencia. A medida que la historia pasaba de cómica a surrealista, la gente en la calle se dedicaba a seguir líneas blancas imaginarias y aún hoy, en algún reencuentro nostálgico, repetimos la acción mientras silbamos la sintonía de "El puente sobre el río Kwai".