jueves, 16 de octubre de 2014

Momo


Cuando nuestra profesora de quinto de EGB nos incitó a adquirir aquel primer tomo de la colección que Alfaguara lanzó a los kioskos, pocos nos imaginábamos hasta que punto aquella niña de aspecto pálido y sin temor a nada, nos iba a atrapar durante sus cientos de páginas de aventura contra los malvados hombres grises.

A nosotros, meros espectadores de la cotidianidad, el autor, un tal Michael Ende, nos sonaba por haber escrito un libro que había servido de guión a una de las películas del momento; "La historia interminable". Pocos podíamos creer que aquel alemán cuyo apellido se idenficaba con el final de la películas, había sido el autor, además, de "Momo", aquella inquietante novela que había lanzado Alfaguara en su colección de kiosko.

Momo cuenta la historia de una niña contra el final de la humanidad. En una época en la que el tiempo vale más que el dinero, los hombres grises aparecen en el mundo para crear un banco de tiempo en el que obligan a los ciudadanos a darles parte de su tiempo para que ellos lo gestionen y lo puedan disfrutar al final de sus días. Lo que los pobres infelices no saben es que los hombres de gris viven de ese tiempo que se fuman cada noche, muriendo las personas una tras otra sin haber disfrutado del descanso prometido.

Frente a ellos, Momo se niega a claudicar y es, en el momento que comienza a causarles problemas, cuando los malvados hombres grises se lanzan a su captura. Esa persecución que, por momentos, parece casi infartante, nos tuvo a todos con el corazón en vilo durante los pocos días que la historia nos duró entre las manos. Pocos imaginábamos que aquel Michael Ende nos iba a marcar para siempre con otra historia que no era tan interminable.

jueves, 9 de octubre de 2014

Monta-man



Vivíamos en una época en la que se compraban juguetes en los Quioscos. Uno se acercaba a su quiosquero particular, le pedía una bolsa de Monta-man y se preparaba para sentirse el niño más especial del barrio. Íbamos guardando los duros que nos sobraban de la paga de los domingos y, cuando juntábamos, veinte, sabíamos que íbamos a tener juguete nuevo. Y no era un juguete cualquiera.

Los Monta Man venían en un envoltorio de plástico y venía todo desmontado, en una sola pieza donde todos los componentes iban soldados a una pieza cuadrada por un trozo de plástico. Había que ir arrancando las piezas e irlas montando, poco a poco. Una vez hecho, te quedaba un muñeco con brazos y piernas móviles. Algo innovador, ya que los clicks de Playmobil, por ejemplo, no podían mover sus piernas.

Generalmente eran militaes que incluían casco y accesorios de guerra. Y las batallas que formábamos con ellos en nuestras habitaciones eran épicas. Siempre buscábamos algún malo; generalmente algún muñeco de goma o algún Geyper Man, e inventábamos una aventura en el que el Monta-man terminaba siendo el gran héroe.

lunes, 6 de octubre de 2014

Antonio Díaz Miguel




Pocos equipos nos han emocionado tanto como la selección española que logró la medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles. En una época en las que las medallas se contaban con los dedos de una mano y casi siempre sobraban dedos, una medalla de plata era todo un hito.

Aquel tipo bajito, con gafas y con pinta de abuelo moderno, ya llevaba allí veinte años cuando nosotros lo descubrimos. Hubo una madrugada en la que jugamos como nunca y sí, por una vez, ganamos. Fue aquel partido en Los Ángeles contra Yugoslavia, un país que a los más pequeños nos sonaba por Delibasic, aquel tipo desgarbado al que nosotros recordábamos por anotar puntos como loco vistiendo la camiseta del Real Madrid antes de que Drazen Petrovic apareciese para bajarles todos los humos.

Aquel equipo, dirigido por el abuelete de las gafas, nos hizo perder el sueño en un agosto de 1984. La medalla de plata conseguida fue de tal calibre que tuvieron que pasar muchos años para que otra gran generación, la comandada por Gasol, Navarro y compañía, hiciese sombra histórica a aquel equipo de leyenda dirigido por Antonio Díaz Miguel.