martes, 7 de enero de 2014

Blandiblub




La sensación de tenerlo todo inventado hubo de hacer comerse mucho los cascos a los productores de juguetes. En una época en la que los niños nos divertíamos en la calle si hacía buen tiempo y en casa si el día era desapacible, había que reinventarse para conseguir que los niños nos mantuviésemos ocupados durante el tiempo que durase nuestro encierro en la habitación.

El invento se trataba de una pasta viscosa que parecía más un moco que otra cosa. Verlo daba grima pero tocarlo, al final, se convertía en divertido. La masa se escurría por los dedos y los brazos en nuestro inento por conseguir una forma aunque fuese amorfa. Aquello no era posible pues no se trataba de nada moldeable. Así pues, no dejaba de ser una pasta sin estabilidad y de la que nos terminábamos cansando cuando ya habíamos manchado todos los muebles de la habitación con la consiguiente mirada de enfado de nuestras madres.

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